Su nombre auténtico fue Eirik Thorvaldson y nació en el sudoeste de Noruega en torno al 950. El apodo por el que fue conocido se debió al intenso color rojizo de su pelo y barba. En la saga vikinga que lleva su nombre, transcrita por los islandeses en la Edad Media, apenas muestra nada de su juventud en la región de Jaerden, excepto cuando su padre, Thorvald Asvaldsson, se ve en la necesidad de abandonar su granja y su país por culpa de un asunto de sangre.
Dentro de la comunidad vikinga no existía la pena de muerte, siendo el exilio la más grave de las sentencias. Este podía ser de tres años o definitivo. Durante ese tiempo, el condenado no podía mantener ningún tipo de contacto con la comunidad de la que procedía, manteniendo durante el periodo de exilio el estatus de utlaginn (forajido o fuera de la ley). Al no estar protegido por las leyes humanas ni pertenecer a ninguna comunidad, cualquiera podría incluso matarlo sin incurrir en pena alguna.
Así, padre e hijo embarcaron a Islandia, que por aquel entonces ya no era esa especie de “tierra prometida” donde acudieron a refugiarse y a prosperar aquellos noruegos que huyeron del despotismo del rey noruego Harald el de Hermosos Cabellos, que puso todo su empeño, poder y fortuna en acabar con la forma de vida habitual de su pueblo. Se decía que este rey convirtió a los noruegos en dos clases: súbditos y exiliados.
Pero las buenas tierras costeras de la lejana Islandia llevaban mucho tiempo ocupadas. La familia se estableció en la región de Drangar. Allí Erik se casó con Thjonhild y, a la muerte de su padre, ambos se trasladaron al valle de Hauka. Como si los problemas familiares le persiguiesen, hubo otro problema de sangre con unos vecinos, por el cual Erik fue condenado por la Asamblea de Thorness a un exilio “menor”, o sea de tres años (o inviernos, según las cuentas de los vikingos).
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