lunes, 3 de agosto de 2009

Catoira 2009 - El desembarco

Libro fotográfico Romería Vikinga de Catoira


Catoira (Pontevedra). Mediodía del primer domingo de agosto. La multitud se agolpa en las dos orillas y sobre el puente, justo donde se funden la Ría de Arousa con el río Ulla. La apacible villa pontevedresa de Catoira se ha visto inundada a lo largo de la mañana por miles y miles de visitantes que han acudido a presenciar la espectacular llegada de un drakkar vikingo, tal como los que llegaron hace más o menos mil años asaltando las aldeas de estas costas.



fotos de la Cena vikinga

Los restos de las viejas torres defensivas medievales serán el objetivo de un nutrido grupo de intrépidos bárbaros del norte coronados con cascos cornudos, que saltarán a tierra lanzando sus más feroces alaridos de guerra.

Antes del desembarco, los ocupantes, de ambos sexos, de la nave vikinga, saludan con gesto amenazador, muestran sus espadas y lanzan inquietantes gritos, o corean el nombre de ¡UR-SU-LA!, similares a los que hace diez siglos aterrorizaban a sus antepasados catoirenses.

Pero los tiempos han cambiado y esta celebración es como un mirar hacia atrás sin ira. Lo que en otros tiempos causaba terror, muerte y destrucción, ahora es motivo de fiesta e incluso de hermanamiento entre ciudades (Catoira - Frederiksund - Watchet, donde se hacen fiestas similares a esta).

Tras el actual asalto y simulacro de lucha con unos nativos armados sólo con utensilios de campesinos, estos vikingos ya no roban ni exigen descaradamente el tributo en forma de plata, como hacían antaño, sino que se conforman con algunos toneles de viño da terra.

Y es que Catoira, como muchos otros pueblos costeros gallegos, sufría durante varios siglos los sucesivos saqueos de feroces vikingos que no tenían inconveniente en adentrarse varios kilómetros por la ría atraídos sin duda por las indefensas riquezas de iglesias y monasterios y por la nula preparación militar de sus habitantes.

Precisamente las torres del Oeste, llamadas originariamente Castellum Honesti, fueron construidas por Alfonso V (siglo XI), y más tarde reconstruidas por los obispos Cresconio y Gelmirez, para servir de baluarte defensivo ante tanta incursión de saqueo como sufría aquel lugar, camino de Copostela.

Las siete torres iniciales -de las que sólo lo quedan dos e incompletas- tuvieron dos momentos culminantes en su historia: a comienzos del siglo XII, con un ataque de los musulmanes, y en el XVIII, cuando llegaron los barcos ingleses. Claro que antes, en el siglo X fueron tomadas por los vikingos; la historia cuenta que allá mataron al obispo Sisnando mientras capitaneaba la defensa (en aquellos tiempos los obispos eran de armas tomar, en el sentido más literal del término).

Pero sigamos con la fiesta actual. Tras el desembarco, los vikingos suben a las ruinas de las torres, se desgañitan gritando, pelean, beben todo lo que pueden, hacen conatos de secuestro de algunas jóvenes y, en general, se lo pasan tan bien como los visitantes.

Aunque esta Romería se lleva celebrando desde 1960, el desembarco vikingo sólo se hace desde 1992, cuando los catoirenses construyeron el barco según los planos que les mandaron desde Dinamarca.

Además de ser la más multitudinaria, muchos afirman que la Romería Vikinga de Catoira es la fiesta gallega más espectacular; posiblemente también sea la única totalmente laica de toda Galicia. Aquí se mezcla el elemento exótico vikingo con la tradición gastronómica gallega de cualquier de estas típicas celebraciones. Por que, ni qué decir tiene, los divertidos vikingos no son la única atracción; como buena fiesta gallega, el elemento gastronómico ocupa un lugar fundamental.

Además de mejillonada y vino "por un euro", docenas de tenderetes ofrecen a los numerosos asistentes -unas 20.000 personas- pulpo cocido en resplandecientes ollas de cobre, churrasco asado sobre brasas o paella de marisco con plato de barro conmemorativo de la romería de ese año incluido en el precio, todo recién hecho a la vista del público, a lo que hay que añadir litros y litros de vino tinto de la región del Ulla.

Y, precisamente pensando en el vino, en los numerosos tenderetes de alfareros se vende uno de los objetos más solicitados y usados: un jarrito de barro esmaltado, con un cordón que permite llevarlo colgado del cuello y que así no se pierda.

PD. Actualmente son tres barcos los que participan en esta fiesta, dos oficiales y otro de una asociación privada. Y los actuales vikingos ya no mueven sus drakkars a fuerza de remo...